sábado, 14 de julio de 2012

Y ENTONCES LOS MONSTRUOS FUIMOS NOSOTROS



¿Por qué vagas de un lado para otro? La vida que persigues no la encontrarás jamás. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para esa humanidad apartaron, reteniendo la vida en las propias manos.
Poema de Gilgamesh
Los expertos sostienen que todo comenzó en Irak, con la Guerra del Golfo, casi a finales del siglo XX. Los estudios demuestran que los veteranos expuestos al uranio empobrecido contrajeron el llamado “síndrome del semen ardiente” y de regreso a sus hogares, engendraron bebés sin ojos, sin piernas; mutantes con brazos ausentes, dedos fundidos y otras aberraciones. La ciencia logró controlar las malformaciones genéticas pero fue incapaz de advertir que en la sórdida orfebrería celular se gestaba el futuro de la humanidad. En efecto, una anomalía en las proteínas fue invadiendo las neuronas de las sucesivas generaciones. Científicos italianos identificaron el prión que las crónicas posteriores bautizaron como la Pestilenza Sistemici dell'anno 2101. Pero el diagnóstico llegó tarde: con sigilo, la infección ya había provocado una pandemia de encefalopatías espongiformes y las consabidas conductas predatorias que exhiben los enfermos. Los países centrales, enzarzados en un nuevo conflicto por los recursos energéticos, suspendieron toda acción bélica y encabezados por Brasil, Rusia, India y China, concertaron una alianza y reclutaron más tropas para enfrentar los brotes masivos.

Una cámara de seguridad del aeropuerto de Los Ángeles permitió identificar al paciente cero. Fue un natural de Papúa Nueva Guinea, isla donde todavía se observan ritos ancestrales que incluyen el canibalismo, sobre todo, el consumo de cerebros. El atacante mordió en la cabeza a un desprevenido hombre de negocios. El contagio fue vertiginoso y aunque las simulaciones más optimistas eran aterradoras, jamás lograron predecir la anarquía sobreviniente. En un par de semanas, el 67 % de la población mundial se había transformado en una muchedumbre famélica, deambulando en los arrabales de una muerte imprecisa. Pronto, los no contaminados quedamos en minoría y fue imperativo extirpar la amenaza aunque el apestado fuera tu padre, hermana, esposa o hijo. La supervivencia justifica cualquier crueldad. Sin embargo, muchos se dejaron morder con tal de no incurrir en las atrocidades que cometimos. Cobardes, la guerra es la guerra.
© Pablo Martínez Burkett, 2012
El presente relato aparece publicado en el #120 de la Revista Digital miNatura, dedicado a las guerras futuras y conforma una trilogía con el  cuento Transmisión interrumpida por interferencia solar aparecido en el #119, cuyo contenido versó sobre el día en el que abandonemos la Tierra y Un crimen imposible, aparecido en el #121, número dedicado al crimen en la ciencia ficción.

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