HACIA UN MUNDO DE SOMBRAS
SUBTERRÁNEAS
No
intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser el más
pobre y sucio de los rudos campesinos que se revuelcan en los estercoleros
sobre la tierra, que ser el rey de este mundo de sombras subterráneas.
La Odisea - Canto XI
Toses, estornudos, lágrimas, baba.
Caricias, golpes de látigo. Un camarero indolente en el aseo. Orines, sangre,
pus, semen, secreciones varias. Ravioles de seso. Un perro que caga en el
arenero. Picaportes, pasamanos, asientos, ascensores. Vasos mal lavados. Una
ficha de casino. Una pérfida sanguijuela. Billetes, billetes, billetes. Un
bolígrafo chupado en la punta. Un chicle tirado en la vereda. Frutas regadas
con aguas servidas. Un lector en la biblioteca pública que se moja los dedos en
saliva para pasar las páginas de un libro. La respiración enfebrecida de los
amantes. Una pileta pública. Una almohada de hotel. El espanto del vestuario en
el club. Un sushi con dudosa cadena de frío. La arena del mar. Las
aglomeraciones en el andén de un tren que no llega. La pestilente industria de
los gusanos en un ataúd. El pasaporte en un aeropuerto que pasa de mano en
mano. La purulenta concavidad de un mingitorio. Un astilla bajo la uña. Una
hamaca en el parque. Una mayonesa vencida. La butaca del cine. Los peces en los
ríos y mares. Un escuadrón de mosquitos famélicos. Una visita inocente al
dentista. La tribuna norte en el clásico del domingo. Dar de comer a la jirafa
en el zoo y que te lama la mano. Saludar con un abrazo al pariente recién
llegado del extranjero. El diario en la puerta. Las mancuernas en el gimnasio. Una
lata de gaseosa sobre la que durmió una rata. El hacinamiento del subterráneo.
El arrebato demente del sexo sin protección. Una gallina dubitativa. La compañera
de trabajo con invisibles eccemas que le horadaban el torso y las piernas. Un
escape radioactivo. Un aerolito caído desde el espacio exterior. La hamburguesa
mal cocida en el local de comidas rápidas. Un barbero de navajas desafiladas. La
pesadilla zombi. El horror de que en todas partes, en los lugares más
insospechados, feroces virus y bacterias labran su orfebrería homicida. Porque
ninguna de estas cosas me va a pasar a mí. Pero si al desleal vecino. Y así me
las voy a pegar yo. Miedo de estar enfermando y no saberlo. Palpitaciones.
Fragilidad. Indómita ansiedad. Angustia. Sudor frío. Apenas si puedo hablar. Miedo.
Horror.
© Pablo Martínez Burkett, 2013
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