ELEMENTAL,
QUERIDO WATSON
Precedido
en cierta forma por su sonrisa, llena Sherlock Holmes de pronto la entrada del
saloncito. Así que los suaves haldazos de su carrick de cuadros y el movimiento seco de sus iris celestes
(hablamos, es casi obvio, de la interpretación de Peter Cushing) que corta como
con ira el recomendable silencio de los reunidos. «Buenas noches», dice Holmes
y extrae la pipa, la carga con los pulgares, se la incrusta en la boca
sardónica. Torsión facial de inglés (esto es imprescindible) pero aun antes de
fumar, ya pone su mano fría, como un filete de trucha, sobre el hombro
estepario del cochero. «He aquí al asesino de Lady Margaret». «Oiga –protesta
el hombre–, yo no…». «Bueno, si usted lo dice» y Holmes enciende la pipa cerrando
un poquito el ojo derecho (obsérvese la soberbia elevación de la ceja
contraria). Pero ya se dirige hacia Mrs. Mipkin, íntima amiga de la finada:
«Fue usted». «¡Por favor! –con la mano en el escote–. ¿Cómo se atreve?». «Bien,
bien, disculpe» y de nuevo la sonrisilla, los andares de romano, los garceos de
la cabeza repeinada que reparten el humo de la pipa. Se fijan ahora sus ojos en
Raoul, el hijo mayor de Lady Margaret. «¡Parricida!», grita Holmes. Pero «no»,
con una seriedad irrefragable y «¡ella!», la hermana de Sir Robert. «¡Jajajá!».
«Entonces fue… –el dedo huesudo– ¡la cocinera!». «¡Yo amaba con locura a la
señora!», y la mujer rompe a llorar desde dentro de sus enormes tetas (síntoma
de que no miente). «Pit, el jardinero». «Nones» (con acritud). «Harris». «Yo
llegué hace media hora». «¡Cómo no! –ríe en arco el detective– El… propio… Sir
Robert». «¡Me insulta, caballero!». Así que «¡usted, doctor Watson! –y un
mechón de pelo acera la mirada vesánica de Holmes a la vez que araña su rostro
perlado (tiene que ser perlado) de un sudor saladísimo–. Usted la asesinó. ¡Lo
sé! ¡Lo sé!», incluso salta un poquito sobre su histeria. «Es cierto –proclama
Watson y se yergue con metódica flema–. Yo maté a Lady Margaret. Pero antes de
que me encarcelen, quisiera saber una cosa: ¿cómo logró resolver este abstruso
caso, Mr. Holmes?». «Bueno, pues la verdad es que…» En ese momento crecen
tumbos por la escalera. Y llegan. Lady Margaret y dos hombres vestidos de
blanco. «Ese –indica la mujer–, el del carrick».
Y «¡por fin!», suspiran todos levantándose.
PABLO GONZ
Pablo Gonz es un escritor español nacido en
Sevilla (1968) y radicado en Valdivia (Chile) desde el año 2001. Hasta los tres
años, vivió en São Paulo (Brasil) y a esa edad su familia se trasladó a
Barcelona, donde permaneció hasta 1976. El siguiente destino fue Madrid, donde
pasó la mayor parte de su infancia y su juventud, con un lapso de casi un año
(1991-1992) en Múnich (Alemania). En este mismo periodo se produjo su definitivo
acercamiento a la literatura, siendo sus primeras referencias literarias Gabriel
García Márquez, Eduardo Mendoza, León Tolstoy y Stefan Zweig.
Tiene
siete novelas publicadas: 1996: “La pasión de Octubre” (ed. Alba, Barcelona);
1997: “Experto en silencios” (ed. Bitzoc, Palma de Mallorca, España); 1998:
“Los hijos de León Armendiaguirre” (ed. Planeta, Barcelona); 2008: “Libertad”
(ed. Uqbar, Santiago de Chile); 2008: “Mío” (ed. Carisma, Badajoz, España);
2013: “Novela 35, lebensráumica” (ed. 20:13, Valdivia, Chile) y 2014: “Lavrenti
y el soldado herido” (ed. 20:13, Valdivia, Chile).
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