sábado, 23 de noviembre de 2013

EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA (VIII): La otra plaga




                                                               Es deleite del infierno hacer mal al 
                                                               hombre y apresurar su ruina eterna.

                                                                                   Sheridan Le Fanu


El cataclismo climático no sólo afectó el curso de las estaciones, la altura de los mares y el régimen pluvial. También se perdieron todos los archivos digitales que la gente había atesorado durante un par siglos, aún aquellos formatos que los más previsores intentaron preservar en sofisticados dispositivos. Los gobiernos centrales emitieron pomposos comunicados donde se prometía restaurar el patrimonio cultural de cada ciudadano merced a los recaudos tomados por las áreas respectivas. Nadie lo creyó. Si la imprevisión (o la desidia) propició el estrago global ¿qué destino podía esperarse para las historias clínicas, los trámites administrativos, los contratos, unas fotos, una canción o una carta de amor almacenados? La fenomenal colección se extravió o quedó inutilizable. Hubo que empezar todo de nuevo porque nada volvió a funcionar.

Lo único que jamás falló fue la mafia china. Las triadas pronto se dedicaron a satisfacer las necesidades básicas que habían quedado vacantes por la ineficiencia y la falta de adaptación de los Estados. Y así, a la falsificación y venta de toda clase de productos, la prostitución, el tráfico de personas, el lavado de dinero y los trasplantes de órganos le adicionaron los servicios financieros, las prestaciones de salud, las obras de infraestructura y conectividad, el entretenimiento, las drogas legales y de alguna manera, la seguridad de los ciudadanos.

Los memoriosos aseguran que se trata de una industria milenaria. Los agoreros recuerdan que la institucionalización de la propiedad privada y la libertad de vientres sancionada en la China de principios del siglo XXI provocaron un aluvión poblacional que no vaciló en emigrar por todo el mundo. La falta de controles facilitó la radicación. Al principio se empleaban en talleres clandestinos, restaurantes, supermercados y casas de tolerancia sin importar las condiciones infrahumanas. Una vez que lograban reunir un capitalito se independizaban y abrían nuevos negocios que a su vez, servían para atraer mano de obra esclava y vuelta a empezar. La progresiva eficiencia del sistema acalló cualquier reproche moral. Y cuando no fue suficiente, se desencadenaba una catarata de billetes. Y si no alcanzaba, la extorsión o el asesinato.

La organización criminal también resultó la principal proveedora de armas, soldados e inteligencia para las sucesivas Guerras de los Elementos. La dependencia de los gobiernos fue cada vez más intensa. Y así como la gente se acostumbró a la menguada luz diurna también se sometió al imperio de la mafia china.

Salvo la indomable Hermandad de la Noche que, aunque no rompió hostilidades de lleno, guardó una prudente distancia. Ambos bandos sabían que en algún momento el enfrentamiento sería inevitable. Pero ni los unos se alimentaban con los hijos de Oriente ni los otros perseguían abiertamente a las criaturas de la oscuridad.

Hasta que llegó Luana.


© Pablo Martínez Burkett, 2013


Este es el octavo capítulo de la saga "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator", (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (9) "El inesperado John Gillan", (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero", (14) "Fait divers" y (15) "El sabor del futuro".


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