miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA (VII): Tu madre te ha dicho que no


Todo oscurecía y la lobreguez insensiblemente afinaba mi mente, de por sí preparada para lo siniestro.
Sheridan Le Fanu
A Luana le gustaba vagabundear por el cementerio de automóviles de Staines-upon-Thames, en el oeste de Londres. Disfrutaba del silencio apenas quebrado por el viento entre las ventanas rotas, los asientos desvencijados, los chapones retorcidos. Había atardeceres en los que se sentía inquieta y entonces volaba hasta allí buscando pacificar su espíritu. La miríada de coches semisumergidos le traía recuerdos de otras épocas, anteriores al cataclismo climático y el desborde de los océanos. Épocas bajo la regencia de los combustibles fósiles y la clara distinción entre el día y la noche. Luana dividía la historia en tres partes: la anterior a su existencia, que no le interesaba; el derrotero vital entre su nacimiento y renacimiento al reino de la oscuridad (que era como si nunca hubiera sucedido) y el abrumador futuro. No es que sufriera por su condición pero a veces se preguntaba cómo sería sobrellevar las acechanzas de la muerte. Los hombrecitos eludían lo efímero de la vida fingiendo atarearse en cuestiones impostergables. Si supieran que ya no verían el nuevo sol: ¿prestarían mayor atención a los matices de las hojas secas? ¿Atesorarían un beso? ¿Se arrancarían las lentes reticulares y verían como alguna vez dicen que vio Adán en el Paraíso? ¿Matarían por gusto, liberados de toda sanción? Estos interrogantes la llenaban de perplejidad. No podía haber mejor combustible que la zozobra de saberse mortales y sin embargo, los humanos persistían en conducirse como si fueran inmortales.
Por eso Luana se había consagrado a liberarles los sentidos. No llevaba la cuenta de los hermanos que había iniciado pero se jactaba del tropel de criaturas de la noche que vivían inmersas en una sinfonía de colores, una explosión de sabores, un ansia extraordinaria. Seres renacidos por la sangre y por el fuego que, con igual intensidad, disfrutaban del terror y de los placeres de la carne.
Pero Luana también se había determinado a restaurar el viejo orden. Con júbilo se ensañaba con los que vivían como si fueran dueños de un perdurable mañana. Se complacía en desangrarlos mientras se preguntaban, inermes, por qué a ellos. Esa última pregunta, ese estertor postrero, la abismaba en un éxtasis de lujuria. A veces, se sobrepasaba, pero no podía evitarlo porque también era una anarquista. En una de sus últimas correrías quiso escarmentar al policía que les venía dando caza y puso asedio a la hija del DCI Brian Nakasawa. La pequeña Ikito casi no se resistió. Algo no resuelto habría latente porque la chiquilla le facilitó las cosas, desbaratando por las noches los esfuerzos preventivos que durante el día desplegaba su padre.
Cuando regresó a la guarida con la debutante, Luana fue reprendida con severidad. Su madre estaba furiosa. Los gritos podían escucharse desde la superficie. El eco amplificaba el rugido. Tanto era el enojo que a punto estuvo de descabezarla. La madre sabía que esa insensatez les costaría muy caro. En lugar de restituir el equilibrio iba a engendrar una ola de represalias, más obscena aún que la padecida luego de la Guerra de los Elementos. La había prevenido tantas veces y otras tantas, su hija la había desafiado.
La pequeña Ikito, ajena al diferendo familiar, desfogaba sus ansias de novata con las viandas provistas por los gitanos, en esta ocasión, una primorosa partida de niños secuestrados de un jardín de infantes. Luana aguantaba las iras de su madre intuyendo que quizás tuviera razón. Pero no lo podía evitar. El insistente no de su madre, el plañidero no de las víctimas era un aguijón que devolvía los latidos a su marchito corazón.
© Pablo Martínez Burkett, 2013

Este es el séptimo capítulo de la saga "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA",  que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada"; (27) "Gambito"; (28) "El llanto de Milena"; (29) "Un sordo clarín llamando a batalla"; (30) "Carte blanche" ; (31) "Sombra y fuego"; (32) "Una visita de cortesía"; (33) "Sobre el trono del dragón"; (34) "Un golpe de efecto"; (35) "Escarmiento"; (36) "El último concilio", (37) "Fiesta"; (38) "No es más que sangre" y (39) "El talismán".




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