jueves, 27 de noviembre de 2014

EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA (XXXVII): Fiesta


FIESTA
Por ahora, es el único remedio que puedo prescribir, pero deseo que cumpla mis instrucciones al pie de la letra. ¿Entendido?
Sheridan Le Fanu





Desde siempre, quienes deciden ir a la guerra son aquellos que no las pelean. Las arengas, las ofensas, los odios y las demandas son de los que gobiernan; las heridas, los sufrimientos, los bienes y la vida, son de los otros. En este caso no sería muy distinto. Aunque confiábamos en que el derroche de sangre estaría a cargo de los humanos, era claro que los fusiles de haces ultravioletas y, sobre todo, las granadas de moxibustión constituían un obstáculo que reclamaba obrar con astucia antes que coraje. De otra manera, sería un suicidio en masa.



Pero a nadie parecía importarle. Se había declarado la guerra. Se festejaba la inminente extinción de la humanidad. Finalmente ajustaríamos cuentas con esa feroz plaga cuya enemistad nos hostigaba por milenios.


Sin embargo, la efervescencia bélica del Consiliul había omitido considerar un detalle capital: si íbamos a la guerra con los humanos, si la orden era el exterminio definitivo: ¿de qué viviríamos una vez alcanzada la victoria? Porque si bien bestias y ganado oficiaron de último recurso en épocas de privación nunca fueron caza favorita. La sangre humana es nuestro alimento. Además, tras el holocausto climático, los animales sólo eran experimentos rudimentarios en laboratorios y clínicas. Eso sin contar con la incursión barbárica de Ikito en la sección británica del Genetic Research Institute cuando arrasó con todo ser vivo, salvo Cujo, el fidelísimo javato que la acompaña desde entonces.

Afortunadamente, la fría agudeza de Luana convenció a los pater familiae de acordar la coreografía. Se entretuvo un largo rato perorando sobre un general chino de la antigüedad (no pude retener el nombre). Las frases eran de una vigorosa actualidad, las transcribo aquí no sólo por su poder convictivo sino porque las enunció con un apasionamiento desconocido: “el buen general logra someter al enemigo sin darle batalla. La mejor victoria es vencer sin combatir. El general que gana una batalla hace muchos cálculos en su cuartel, considera muchos factores antes de entrar en batalla. Muchos cálculos llevan a la victoria, pocos cálculos llevan a la derrota. Un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla después; un ejército derrotado lucha primero e intenta obtener la victoria después”. 

Se concertó diseñar una persecución y captura masiva de humanos, disponer los lugares para alojarlos, alimentarlos a fin de criarlos saludables y proteicos, facilitar la reproducción, minarles la voluntad para que no se subleven. Es cierto, se consideró la posibilidad de matar a todos y dejar unos pocos con vida. También se jugó con la idea de mantenerlos salvajes para conservar la emoción del acecho, pero mejor no arriesgar. Con el ser humano nunca se sabe. O sí. Son una calamidad. En poco tiempo se habrían organizado para resistir al mero rol de alimento. Mejor matarlos a todos, salvo a los que se acomodaran para subvenir las necesidades del colectivo.

Pero mientras se ultimaban los detalles para el futuro de la Hermandad de la Noche, los jóvenes vampiros se lanzaron a las calles sin ningún recato. Ahora que estábamos en guerra, los humanos ya no eran un río de sangre nutricia: eran las víctimas de una ordalía enloquecida.

Se consideró detener el ataque indiscriminado hasta que la logística estuviera ajustada. No obstante Luana ordenó que siguieran por un tiempo pero con tácticas de guerrillas. Pensaba valerse del terror. Y nada mejor que bandadas de Criaturas de la Oscuridad, atacando con furia homicida para retirarse, invisibles, dejando el tendal de cuerpos desgarrados y resecos.

Luana me comisionó para que vigilara que sus órdenes se cumplieran con rigor porque si las poblaciones se sentían en grave peligro, perderían el miedo y lucharían hasta el final. El terror era efectivo si la gente creía que era posible escapar. Fui hasta Cheshire, el centro de la efervescencia destructora.

Ni los desmanes cometidos por Ikito me habían preparado para lo que me tocó atestiguar.



© Pablo Martínez Burkett


Este es el trigésimo séptimo capítulo del folletín por entregas "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada"; (27) "Gambito"; (28) "El llanto de Milena"; (29) "Un sordo clarín llamando a batalla"; (30) "Carte blanche" ; (31) "Sombra y fuego"; (32) "Una visita de cortesía"; (33) "Sobre el trono del dragón"; (34) "Un golpe de efecto"; (35) "Escarmiento"; (36) "El último concilio", (37) "Fiesta"; (38) "No es más que sangre" y (39) "El talismán".

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