jueves, 17 de abril de 2014

EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA (XXII): La estrella de la venganza


En los pocos años que me quedan de vida sólo deseo tener ocasión de una cosa: vengarme. Y, afortunadamente, la venganza puede realizarse aún por medio de un brazo mortal.
Sheridan Le Fanu
Dicen que los aullidos se escuchaban a cientos de metros. Dicen que rompió cuanta cosa tuvo a su alcance. Dicen que mató a todos lo que se encontró en su camino. Dicen que hasta Cujo, el jabato vampirizado, estuvo al borde de perecer. Dicen que esa fue la reacción de Ikito al anoticiarse de la muerte de John Gillan. Si antes odiaba a Luana y deseaba matarla para ocupar su lugar, ahora ya no le importaba perecer en la empresa. Su universo no consentía que la Regente de las Criaturas de la Oscuridad siguiera infectando el aire con su dañina ponzoña. Era una afrenta que debía ser remediada. Pero haciéndola sufrir. Lentamente. Con extrema crueldad.
Ikito se pasó la mano por la boca. Se mojó los dedos en sangre y dibujó un círculo con una estrella invertida y la palabra “REVENGE”. Fue el último acto de dolor. Y también de cordura. Si su conversión había erosionado todos los frenos inhibitorios, la muerte de su amado John terminó de desquiciarla. No es que hubiera tenido chance alguna de ganar el favor del malogrado galán. Pero en sus fantasías morbosas había imaginado un futuro sin Luana y un John rendido a su belleza oriental. Ahora el cristal de ese sueño se había roto de muy mala manera. Luana había convertido su vida en una pila de añicos. Y pagaría por cada uno de ellos.
Ikito trazó un plan. Estaba loca pero con todo, los razonamientos eran de una mortal perfección. Antes que nada, tenía que rearmar su séquito. Los haces ultravioleta habían exterminado a casi todos. Por supuesto que en su extravío, Luana también era culpable del desastroso ataque al Servicio de Hematología Clínica del University College London Hospital.

La pequeña se aventuró por el barrio latino. Buscó con malsana avaricia y encontró un ejemplar que le recordaba al apasionado Tamal. Hubiera querido demorarse en su nueva mascota pero el llamado de la venganza le urgía las entrañas más que el deseo de copular. Ya habría tiempo para entregarse al frenesí de las orgías de sexo y sangre. También cazó a unos fornidos mancebos. Siempre hacen falta. Sin embargo, le costó encontrar reemplazante para la dulcísima Zora. Se decidió por unas mellizas eslavas. Aún en medio de la carrera homicida, pudo anticipar las delicias de sus cuerpos perfectos.
En menos de una semana, una docena de vampiros conformaba la nueva corte de la pequeña Ikito. Dóciles, leales y lujuriosos, estaban dispuestos a cualquier cosa.

El siguiente paso era perfeccionar la moxibustión, esa práctica de la medicina tradicional china que consiste en aplicar calor para restablecer y equilibrar el flujo energético. La había descubierto incidentalmente en una aventura en el Barrio Chino. Es una terapia que se realiza quemando una planta conocida como artemisa o hierba de San Juan. En manos expertas, activa la circulación de la sangre y oxigena la zona tratada. Pero para los desviados designios de Ikito, la moxibustión iba a ser el instrumento de su venganza contra Luana. Al principio, imaginaba que la tomaba prisionera y que le clavaba las agujas de acupuntura en la piel y un cigarro de “moxa” encendido en cada extremo, para que la combustión la fuera quemando lentamente hasta volatilizarla. Pero a medida que su odio fue creciendo, la idea de torturarla no era suficiente. Quería hacerla sufrir más allá de lo imaginable. Dolor físico, sí, pero tanto o más, dolor psíquico. Antes de morir, tendría que ser testigo de la muerte de Madre y del exterminio de la Hermandad de la Noche. Recién entonces, cuando el peso del horror fuera insostenible, la iría quemando poco a poco.
Pero para erradicar a los vampiros de la faz de la tierra, tenía que convertir un tratamiento individual en un arma de destrucción masiva. Luego podría encargarse de Luana.
Sea por convicción o por martirio, algún experto la iba a ayudar. Ordenó a sus esbirros que peinaran el Barrio Chino hasta dar con un médico instruido en el arte milenario. Fueron noches de persecución y sangre. Pero los “voluntarios” capturados se rehusaban a transmitir sus conocimientos. En represalia, Ikito empleaba a los pobres infelices para sus experimentos. Les aplicaba las agujas y la moxibustión para calentar los meridianos y comprobar cómo se reconducía la circulación de la sangre y de la energía. Con malsana curiosidad, tomaba nota de las consecuencias gravosas en zonas vascularizadas, mucosas y otras áreas sensibles. También les provocaba anemia, alteraciones del pulso, inflamaciones purulentas, quemaduras y desarreglos metabólicos. Pronto el galpón donde realizaba sus experimentos se convirtió en una mazmorra del terror porque mandó a convertir a unos cuantos inocentes para comprobar los efectos en vampiros. Pero más allá de atender la sed de dolor y sangre, la pequeña no obtenía un avance significativo y la furia criminal era cada vez mayor.
Finalmente, una de las víctimas le reveló que existía una técnica ancestral que consistía en macerar la planta hasta obtener un polvo muy fino, polvo que mezclado con un elemento secreto que permite esparcirlo en el aire y pegarlo en la piel. Con su último aliento, el desdichado afirmó que el nombre de ese elemento estaba en posesión de una secta budista cuya existencia era ignorada por casi todos. La pequeña Ikito sonrío y en retribución, le concedió una muerte rápida. Con sangre aún en la boca, lanzó a todos sus esbirros a asolar templos, monasterios y demás reductos budistas. Hubo una matanza sin precedentes.
Milena, el cancerbero que Madre había puesto tras los pasos de Ikito, trajo las novedades y el grado de avance en los experimentos. Pero Luana estaba demasiado abstraída en su pena como para reaccionar.
© Pablo Martínez Burkett, 2014

Este es el vigésimo primer del folletín por entregas "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan" y (21) “El día de la insensatez”.


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